A Few Texts by Carlos, duque de Madrid

Carlos de Borbon, duque de Madrid (1848-1909) was the leader of the Carlist party from 1868, and head of the house of Bourbon (senior representative of the line of Louis XIV) from 1887, the death of his father.  In the latter capacity, he was sollicited by the French legitimists to press his claims to the throne of France.  Here are a few texts on the matter.

Diario de don Carlos (1870)

(from Memorias y Diario de Carlos VII.  Madrid, 1957. p. 81)

27 de octubre [1870].— […]

En París tuve muy pocas relaciones con Napoleón; las primeras, confidenciales, por medio del Conde de Fuentes, primo de la Emperatriz; luego per medio de la Duquesa de Hamilton, prima del Emperador.  Estas fueron más duraderas.

Una vez me hizo preguntar Napoleón qué pensaba respecto a mi tío, el Conde de Chambord.  En una nota que le envié le decía que el principio que reconocía en España tenía que reconocerlo en Francia también; pero que como Enrique V no tenia hijos y la Corona pasaría a los Orleáns después, como ante todo era español, me inclinaba más bien a los Bonapartes, a quienes, una vez in España, con mi reconocimiento podía dar más de lo que ellos se figuraban.  A esto me hizo contestar el mismo día agradeciéndome la franqueza y diciéndome que si le hubiese hablado en otro lenguaje no me hubiese creído. [...]

Discurso a los legitimistas franceses (1887)

(from Jose Carlos Clemente: Bases Documentales del Carlismo y de las Guerras Civiles de los Siglos XIX y XX.  Madrid, Servicio Historicao Militar.  Vol. 2, pp. 240-1)

(14 de diciembre de 1887)

Gracias, señores, par las protestas de abnegación y de fidelidad contenidas en vuestro mensaje, y especialmente por las palabras de pésame dictadas por la muerte de mi amado padre.
Yo sabía yo que las más duras pruebas no habían podido disminuir vuestra fe ni quebrantar vuestra entereza.
Felicito a los legitimistas franceses que han elegido como intérprete al nieto de uno de los más gloriosos jefes de las memorables guerras de la Vendée, al liustre realista que merecío, par sus servicios personales, el honor de llevar la bandera blanca, en las exequias de mi venerada tía, la señora condesa de Chambord.
No quiero desperdiciar la ocasión que se me ofrece de explicar mis ideas sobre la importante cuestíon de que acabais de hablarme.
Soy un desterrado.
En los derechos que me da mi nacimiento pláceme ver únicamente otros tantos deberes que cumplir.
Sin duda alguna, la ley sálica establece con toda exactitud el orden de sucesíon.
Soy el primogénito de los Borbones, el primogénito de los descendientes de Luis XIV.
Así como soy también el primogénito de los descendientes de Felipe V y, por tanto, Rey legítimo de España, según la ley española.
Un tratado cuyos artículos se han roto en su mayor parte, prohíbe la reunión de ambas coronas en una sola cabeza.
Antes de ahora he dicho que nunca abandonaría a España, y hoy lo repito. Estoy ligado a sus destinos por los torrentes de sangre generosa que he visto derramar en mi defensa.  Lo juro una vez más: nunca la abandonaré.
Pero investido por la muerte de mi padre amadísimo de la jefatura de la Casa de Borbón, me incumbe el deber de reservar todos los derechos pertenecientes a mi familia.
Confiemos en Dios, fuente de todo derecho y de toda autoridad, y abandonémonos a su Providencia que guía los acontecimientos.
Imitando a mi tío, el señor conde de Chambord, cuya muerte fue terrible desgracia para Europa, y especialmente para Francia, no transijamos nunca con la Revolución, azote de la Iglesia y ruina de los Estados.
Y guardemos intacto el depósito de los únicos principios capaces de salvar a la raza latina, haciéndola volver a sus tradiciones monárquicas y cristianas.

Venecia, 14 de diciembre de 1887.

Carta al Principe de Valori (1888)

(Ibid., vol. 2, pp. 254-5)

Mi querido Valori:

Acaba de levantarse un monumento a la memoria de Enrique V, y la piedad de los fieles ha ido a colocarlo junto al Campo de los Mártires, en esa Navarrra y en esa Vizcaya francesas, llenas de recuerdo que las tempestades son impotentes para borrar y basta un rayo de sol para que broten de esa tierra gloriosa héroes y portentosos sacrificios.
Desterrado a mi vez, no me es dado más que rendir desde lejos un supremo homenaje a aquel Rey del destierro, con el legitimo orgullo de haber comprendido como él la grandeza y la santidad del Regio depósito qua me ha sido confíado par la historia sálica y diez veces secular de mi raza.
España y Francia extrañarían con razón que no dejase yo oír mi voz en esta solemne circunstancia.
Usted, mi querido Príncipe, la hará llegar a mis amigos de Francia, corazones leales que no han podido mirar como extranjeros a los descendientes del que quiso en el Mediodía borrar los Pirineos para dar unidad a la raza latina y armó en el Norte las fortalezas de Lila y Estrasburgo.
Más respetuoso de los tratados diplomáticos que Europa, que veinte veces los ha violado, pertenezco a España. Pero si no reclamo una doble y legítima corona, no por eso se amengua mi gratitud hacia los que, en su leal y ardiente fidelidad, conservan el culto de mi familia y simbolizan on ella la grandeza de Francia.
Usted, mi querido Valori, será mi intérprete cerca de ellos. Y si delante de la imagen veneranda de Enrique V le preguntan a usted por mi politica, dígales que, como en Francia el Augusto Difunto, soy yo en España el Rey de todas las libertades nacionales, pero que nunca seré el Rey de la Revolución. Dígales qua no hay más qua dos derechos politicos que pugnan en la historia contemporánea: el derecho tradicional y el derecho popular. Entre esos dos polas gira el mundo politico. Fuere de ellos no hay más quo
Monarquías que abdican, usurpaciones o dictaduras.
Cierto qua Príncipes de mi familia han reconocido la Revolución triunfante, pero día llegara en que ellos mismos o sus descendientes bendecirán mi memoria de haberlos conservado inviolable el derecho de los Borbones, de quien yo soy Jefe, derecho que no se extinguirá más que con el último vástago de la descendencia de Luis XIV.
Animado de estos sentimientos me dirijo a usted paras qua presente el homenaje de mi piadoso recuerdo a mi Tío amadisimo y transmita mis cariñosos saludos a mis amigos de Francia.

Su afectísimo.—Carlos.

Venecia, 14 de septiembre de 1888.

Carta al Principe de Valori (1890)

(Ibid., vol. 2, pp. 266-7)

Mi querido Valori:

Acabo de leer su noble discurso de Santa Ana d’Auray y doy gracias a los que me pidieron que enviara a representarme en Bretaña a una persona como usted, que, fiel intérprete de mis sentimientos desde hace diez años, los traduce con la precisión y cortesía que yo estimo en tanto.
Mucho le envidio por haber ido a Bretaña, a esa Vizcaya francesa, donde no puede darse un paso, según expresión de usted, sin tropezarse con un recuerdo glorioso; venturosa tierra de Armórica, ilustrada por los Cathelineau, los Charette y los Larochejaquelin, celtas como Zumalacárreful, los Ollo, los Elio, los Valde-Espina y mil otros hijos de Navarra y del país vascongado; tierra donde además se levanta imperecedera la memoria de uno de los grandes nombres de mi familia: María Carolina de  Borbón.
Si, como Rey legítimo de España, no quiero intervenir en la política interior ni exterior de Francia, incúmbeme el deber de amar a ésta como desde hace doce siglos se la ama a mi familia.
Y si, en mi santa pasión por España, no reclamo inmediatamente mis derechos a la Corona de Francia, resérvome el de recordar a mis amigos franceses que sus antepasados fueron conducidos por los míos a Dios, a la grandeza y a la victoria.  Y al lado de ese derecho quédame el de afirmar que siendo el primogénito de las Casas de España y Francia, para llegar al Trono por orden de primogenitura hay que pasar detrás de mí.
Gracias, mi querido Príncipe, por su constante abnegación.  En los días de prueba veíase siempre en los siglos pasados un Valori al servicio de un Borbón.  Compláceme que esa tradición secular continúe hoy.
Traslade usted mis palabras a los que bien me quieren y que en Santa Ana d’Auray me lo han progabo un vez más, y créame siempre, mi querido Valori, su afectísimo.—Carlos.

Venecia, 5 de octubre de 1890.

Carta a Luis Felipe de Orleans, Conde de Paris (1892)

(Ibid., vol. 2, pp. 269-70)

Querido primo:

Muchos amígos míos me han advertido que V. A. R. usaba las armas llana de los Borbones.  Precióme el hecho inverrosímil, pero he visto documentos públicos que prueban su exactitud.  V. A. R. ha debido equivocarse.
Francia tomó prestadas las flores de lis a los primogénitos de nuestra familia, a los descendientes de Hugo Capeto, sucediéndose de varón en varón por orden de primogenitura.
En virtud de esta ley, según las reglas del blasón, soy yo, primogénito de los Borbones, jefe de nombre y de armas de la raza de Hugo Capeto, de San Luis y de Luis XIV, y por mí mi hijo y mi hermano, tenemos el derecho de llevar en el escudo real tres flores de lis de oro en campo azul sin brisura.
Esas flores de lis, colocadas en medio de las armas de España, son hoy el símbolo de los derechos de nuestra familia, reservados por mí para los Borbones, lo mismo que para los Orleáns.
En cualquier terreno que os coloquéis, no tenéis, por lo tanto, derecho a llevar las flores de lis sin brisura.
Rogando a Dios que os tenga en su santa guarda, soy vuestro afectísimo primo.—Carlos.

Venecia, 23 de mayo de 1892.

Testamento Politico de Carlos VII (1897; excerpt)

(Ibid., vol. 2, pp. 318-9)

[...]
Aunque España ha sido el culto de mi vida, no quise, ni pude, olvidar que mi nacimiento me imponía deberes hacia Francia, cuna de mi familia.  Por eso allí mantuvo intactos los derechos que, como Jefe y Primogénito de mi casa me corresponden.  Encargo a mis sucesores de no los abandonen, como protesta del derecho y en interés de aqualle extraviada cuanto noble nación, al mismo tiempo que de la idea latina, que espero llamada a retoñar en siglos posteriores.
Quiero dejar también aquí consignada mi gratitud a la corta, pero escogida, falange de legitimistas franceses, que desde la muerte de Enrique V vi agrupados en torno de mi padre, y luego de mí mismo, fieles a su bandera y al derecho sálico.
A la par que a ellos, doy gracias desde el fondo de mi alma a los muchos hijos de la caballeresca Francia, que con su conducta hacia mí y los míos protestaron siempre de la injusticias de que era victima, entre ellos, el nieto de Enrique IV y Luis XIV.  Inspirados que los actos hostiles de los Gobiernos revolucionarios franceses son inspirados con frecuencia por los mayores enemigos de nuestra raza.
Recuerden, sin embargo, los que me sucedan que nuestro primogénito corresponde a España, la cual, para merecerlo, ha prodigado ríos de sangre y tesoros de amor.
[...]

(6 de enero de 1897)